El Ejército abandona el histórico edificio del barrio de San Bernardo sin que las instituciones hayan sido capaces de armar un proyecto único para dar uso a una de las joyas de la arquitectura industrial sevillana
MÁS que un premio, la devolución al poder civil, en este caso municipal, del edificio de la Fábrica de Artillería de San Bernardo es un regalo envenenado. Con razón en su día, tras una dura reunión en la Gerencia de Infraestructuras para la Defensa, el director del Plan General de Ordenación Urbana de Sevilla (PGOU), Manuel Ángel González Fustegueras, no entendía la satisfacción de determinado responsable municipal al escuchar la idea del Ejército. «Os vamos a devolver la Artillería».
Fustegueras parecía entonces el único en darse cuenta del peligro que tenía la jugada de los militares. El problema es que, en contraste con la opinión predominante en el gobierno municipal, nadie más era capaz de atisbar el caramelo agrio que suponía que el Ayuntamiento se hiciera cargo sin suficientes contraprestaciones económicas del enorme edificio militar que a lo largo de los siglos ha marcado el aspecto del Este de Sevilla. En Plaza Nueva lo consideraban todo un éxito. Pero en realidad era, y es, una asignatura que el Consistorio iba a tener pendiente durante muchos años. Probablemente, lustros.
Los militares han celebrado hace unos días, como le gusta hacer a los retóricos castrenses, el acto oficial de cesión del inmueble a la ciudad. Se arrió la enseña nacional y se pasó página con formalidad, autoridades y demás requisitos. La Artillería, ahora, es patrimonio de los sevillanos, aunque el Ayuntamiento no haya sido capaz en los últimos cuatro años (el Plan General de Ordenación Urbana se aprobó en el año 2006) de buscarle un destino adecuado a su singular condición.
Pese a la celebración, las autoridades presentes, representantes de todas las instituciones públicas, no tienen ni la menor idea de qué hacer con el edificio, cuyo estado de conservación, sin llegar a ser crítico, deja bastante que desear. No es extraño: el Ejército apenas utilizaba una parte de los casi 20.000 metros cuadrados útiles de la fábrica, sin cuya presencia ni se explica San Bernardo ni el posterior ensanche urbano de Sevilla hacia el Tamarguillo. Los proyectos prometidos (convertirlo en la sede de los archivos históricos) se han venido abajo. Oficialmente por la crisis. O lo que es lo mismo: por falta de dinero. Aunque la escasez de fondos no es la verdadera razón. Para entender esto hay que echar la vista atrás. Analizar el contexto en el que se procedió al acuerdo de cesión (ejecutado ahora, pero de hace varios años) y sacar las pertinentes conclusiones. Y éstas, si se aplica el sentido común, no dejan en demasiado buen lugar a los munícipes que tuvieron en su mano la posibilidad real de llegar a un acuerdo más ventajoso para Sevilla con los militares y, como acostumbran, no estuvieron lo que se dice muy finos durante la negociación.
Además de cierta memoria histórica (el gran problema de los políticos municipales) para poder comprender cómo se ha producido la paradoja de Artillería hace falta consultar ciertos documentos. Urbanísticos, por supuesto. Sin el urbanismo difícilmente se entiende lo que ha pasado en Sevilla en los últimos diez años. Ni las grandes iniciativas impulsadas (con suerte dispar) por el Ayuntamiento, ni su capacidad política a la hora de cerrar pactos con otras administraciones. Los ejemplos son múltiples: los ambulatorios abiertos en Sevilla en los últimos tiempos, el plan de comisarías cuya ejecución es paupérrima e, incluso, ciertas operaciones para garantizar la permanencia en Sevilla de algunas grandes empresas.
La cesión de la Artillería no es una deferencia militar. Más bien es la consecuencia del acuerdo urbanístico merced al cual el Ejército ha obtenido la máxima rentabilidad de su patrimonio histórico como vía extraordinaria de financiación. Una política en la que han coincidido todos los Gobiernos, con independencia de su signo. Esta estrategia consiste en vender al mejor postor sus terrenos y sus propiedades para hacer caja. En Sevilla es lo que pasó con los antiguos cuarteles de la Carretera de Cádiz, con los terrenos de Pirotecnia Cross y con otras propiedades. El Ejército necesitaba para lograr el máximo beneficio una calificación urbanística adecuada. Y aquí es donde entra el Ayuntamiento, gestor del lápiz urbanístico. En este proceso, el Consistorio pudo jugar sus cartas de manera que, además del edificio, hubiera conseguido, gracias a las recalificaciones, parte de los fondos necesarios para rehabilitar la Artillería. No fue así. El Ejército salió ganando en la negociación: no sólo se desprendió de un edificio que para sus fines hace tiempo que dejó de ser estratégico, sino que logró la revalorización artificial de suelos en San Bernardo y Nervión, dos de las zonas más caras de Sevilla. La ciudad consiguió la propiedad de la antigua fábrica militar, pero sin dinero líquido no sólo para recuperarla, sino incluso para conservarla. Ahora necesita al menos 70 millones de euros para su adecuación. Menos dinero de lo que ha costado la única línea de tranvía. Y mucho menos de lo que llevamos gastado en la Encarnación. La Junta y el Estado se descolgaron de los protocolos de buenas intenciones para rehabilitarla. Así estamos: con un magnífico edificio vacío y sin un duro para abrirlo. El patrimonio industrial se arrumba mientras la modernidad del Parasol emerge. Es el reverso de la grandeur municipal. Todo un síntoma.
Información generada por diariodesevilla.es, columna de opinión de Carlos Mármol. Última actualización 27/06/2010.