Al transitar la zona de los Jardines de Hércules cuesta creer que, en un pasado reciente, el barrio residencial que hoy percibimos fuese suelo industrial. No sólo en los terrenos de Uralita, más reciente y con el fantasma del amianto, sino por la presencia de la Sociedad Anónima de Construcciones Agrícolas (S.A.C.A.).
De hecho, con una economía hispalense en la que el sector terciario tiene un peso clave, cuesta igualmente creer que Sevilla haya sido puntera en lo industrial tiempo atrás. Y lo fue, amén de otras empresas, por la S.A.C.A. de Bellavista, entonces Barrio de la Salud.
Eso sí, lo curioso de esta historia es que su ascenso fue tan meteórico como veloz su declive, debido a una serie de circunstancias propias de la España de posguerra en que se enmarca este episodio, pero también por acuerdos y fusiones empresariales mal maduradas.
La andadura de la S.A.C.A arranca a finales de 1939, cuando un grupo de pujantes empresarios agrícolas de Sevilla y otros puntos de Andalucía decide modernizar las técnicas de fabricación del instrumental agrario, hasta entonces artesanal y en manos de muchos, pero pequeños fabricantes incapaces de realizar grandes tiradas.
Tan sólo existían tres empresas de similar calado en España: Ajuria S.A. en Vitoria, Material y Construcciones S.A., en Alcázar de San Juan y Forjas y Fundiciones de Beasain, municipio de Guipúzcoa.
En cambio había bastante demanda, especialmente en Andalucía, al cifrarse en más del 50% el volumen de población civil que se ganaba la vida con el campo ante las perspectivas laborales que dejó la contienda en los años 30. Según el censo industrial de 1958, Andalucía era la segunda región española en cuanto a empleados de fábricas de maquinaria agrícola, con 2977 personas desempeñando funciones variadas dentro de 197 establecimientos distintos.
En ese sentido, Castilla y León destacaba con 428 puntos de fabricación de los 1.660 repartidos por todo el país. «Sólo 65 contaban con una plantilla de cincuenta o más empleados», detalla José Ignacio Martín Ruiz, catedrático de la Facultad de Economía de Sevilla.
«Días» de gloria
La propuesta de la S.A.C.A iba directa a optimizar la producción de los grandes terratenientes, cuyos aperos y maquinaria a menudo venían importando desde el exterior (Francia, Alemania o Inglaterra).
«Desde su nacimiento, S.A.C.A. será dedicada a la fabricación de arados, gradas, cultivadores y abonadoras, aumentando de manera continuada las inversiones, la producción y la plantilla que, en 1953, sumaba ya 453 empleados», explica Eloy Galván, de la Asociación Española de Amigos de la Maquinaria Agrícola.
Cinco años más tarde, también fabricaba cosechadoras, las llamadas SACA-FAHR, y en 1959, tractores. 1.500 unidades del primer caso y más de 4.000 en el segundo.
La sede contaba con 80.000 metros cuadrados de extensión, y 20.000 construidos, donde desarrollaba su trabajo de forja mecánica, herramental y carpintería mecánica, siendo, a comienzos de los 50, la empresa de maquinaria agraria con mayor número de ingenieros agrónomos e industriales entre sus filas.
Llevaban a cabo iniciativas de formación. Según hicieron saber en anuncios en prensa, como ABC de Sevilla, el 10 de junio de 1949 realizaron en la Granja Escuela de Agricultura del Cortijo del Cuarto las pruebas del «nuevo tractor Fordson Major» de gran interés para el agro español por sus características, «cumpliendo los fines de enseñanza y experimentación».
Además, el Estado la declaró Industria de Interés Cultural, «lo que le supone importantes ventajas fiscales en 1957», añade Galván sobre una corporación que llegó a emplear a 800 personas a comienzos de los sesenta.
El declive
Entonces, ¿cómo podría ocurrir «el desastre»? Sencillamente porque todo no iba a favor. En especial en el apartado de la financiación, vital para cualquier empresa.
De hecho, en 1945, a sólo seis años del punto de partida, la S.A.C.A. fue intervenida por el «Instituto Nacional de Industria (INI) al 22,2% y por la E.N. Elcano al 15.8%». En 1953, sólo el INI era titular del «77.5% de la empresa», matiza Eloy Galván.
Por otro lado, la escasa disponibilidad nacional de material siderúrgico disparó los costes de fabricación.
No fue exclusivo de la corporación sevillana. Ya «desde 1943 las empresas de maquinaria agrícola solicitaron a la Delegación Oficial del Gobierno ante las Industrias Siderúrgicas (DOEIS), 25.000 tm. de lingote y laminados de hierro», aclara el catedrático Martínez Ruiz sobre una realidad que se mantuvo. «En 1957, el cupo de materiales siderúrgicos asignado a las empresas de maquinaria agrícola apenas superaba las 16.000 tm», concluye.
En el caso que nos ocupa, ni siquiera llegó a paliar la escasez el acuerdo establecido con International Harvester (IH) en 1959.
Aunque el montaje de las piezas se realizaba en Sevilla, sólo el 40% de las mismas se habían producido en dicha fábrica. Pagar por el resto de los componentes encarecía necesariamente el precio del tractor, producto que la propia IH vendía en otros puntos de España, como Pamplona o Madrid, a precios más competitivos.
Seguramente recuerde la letra de una pegadiza canción de lo noventa que hablaba de un tractor amarillo. Zapato veloz, el grupo artífice, procedía de Asturias, pero tal vez su inspiración fuese sureña, pues era este el color por excelencia de los tractores de la S.A.C.A., comercializados por toda la geografía española. Y hasta en Cuba.
Como el S-432 o el S-455 (en la foto que abre este reportaje). Mientras el primero resultó un claro éxito de ventas «por sus medidas y capacidad de trabajo», el segundo resultaba especialmente inasumible para la gran mayoría de los bolsillos.
Con una contabilidad negativa constante, a mediados de los 60 se decide que la S.A.C.A. sea absorbida por International Harvester España. Sin embargo, el destino la llevó a una liquidación «exprés». Despido de todos los trabajadores incluido.
En palabras de Eloy Galván, se debió al «deseo del INI de desembarazarse de la empresa sumado al interés del Gobierno de EEUU por afianzar el embargo a Cuba». El experto hasta sugiere la presencia del propio Che Guevara en Sevilla para buscar una «manera de continuar con la importación de aperos a través de empresas interpuestas».
El único consuelo que cabe albergar es que la desaparición de la S.A.C.A. se repitió en muchos casos. En todos aquellos en los que no hubo buena adaptación «a los cambios que se produjeron en el marco legal e institucional de la economía española a partir del Plan de Estabilización», finaliza Martínez Ruiz.
Información generada por ABCdesevilla, Fran Piñero. Última actualización 19/05/2015