Sanlúcar la Mayor, situada en el Aljarafe sevillano, era conocida desde la época romana como Locus Solis, que significa “el lugar del sol” o “Ciudad del Sol”, debido a su altitud de casi 150 metros en comparación con el resto de comarcas sevillanas.
La localidad alberga una topografía muy característica, ya que se sitúa al borde de una cárcava, con dos brazos que determinan una plataforma orientada hacia el oeste, sirviendo esas zanjas en el terreno de protección natural. El reciente centro urbano se ubica hacia el este, alejándose del borde de este espacio, conformando una profundidad entre los 30 y los 35 metros comprendiendo un área de 54,6 hectáreas, desarrollado desde el siglo XII hasta principios del siglo XX. Gracias a esta cárcava que permitía extraer el barro y la arcilla necesitada, se han podido desarrollar industrias tan longevas como las de los tejares. Estos materiales provenían de una cantera conocida como “los barraeros”.
La industria del tejar
La industria del tejar en Sanlúcar la Mayor vivió su etapa de máximo esplendor durante los años 50. En esta época, casi toda la comarca se abastecía principalmente de este oficio, tratándose de uno de los más rentables y demandados.
Durante estos años se encontraban en funcionamiento aproximadamente seis tejares de relación familiar que fueron pasando de generación en generación. Estos tejares se les conocían por los apodos de sus mismos propietarios. Algunos de ellos eran: Tejar del Pileño, Tejar del Pena, Tejar del Vega y Tejar del Sevillita.
En la elaboración de esta entrada, hemos podido contactar con tres de los propietarios de estas antiguas industrias que aún siguen vivos, siendo el último el más joven que se incorporó una vez asentado el proceso de la industrialización. Con sus testimonios hemos podido constatar la historia de los tejares desde sus primeros inicios, tratándose de un trabajo a mano muy duro, con unas jornadas laborales intensas, hasta una realidad más cercana rodeada de un proceso industrializado más rápido y mecanizado.
Estos propietarios son Rafael Vega; los descendientes del apodado “Carlota”: Guillermo López conocido como “El Pileño” y Antonio López, conocido como “El pena”, que a su vez son primos hermanos. Y, por último, el testimonio oral del propietario más joven de los tejares, centrada en la fabricación del ladrillo, Luis Lombardo.
El Tejar del Pileño
Guillermo López, de 80 años, fue propietario de uno de los tejares conocido como “el tejar del Pileño”, ubicado en el barrio de San Pedro. Fue un tejar que pasó de padres a hijos y pasó a dividirse en dos partes.
Su abuelo, apodado el “Carlota”, comenzó como propietario de este tejar durante la dictadura de Franco en 1945.
Después de su abuelo Guillermo heredó una parte del tejar, que con su cierre se puso en venta a una Hacienda conocida como Benazuza. Hoy en día, se conserva la fachada principal con restos de arcos, una toma de corriente y un pozo en su interior; sin embargo, el solar se encuentra totalmente abandonado.
La otra parte de este tejar fue heredada por Antonio López, primo hermano de Guillermo. En la actualidad, es el único tejar que conserva en su totalidad el edificio y alguna de la maquinaria en desuso.
Ilustración 1. Restos del tejar de Antonio López, conocido como “Tejar del Pena”, acompañado al fondo de las murallas almohades del siglo XI.
Guillermo López cuenta cómo era el proceso de elaboración en su tejar:
‘Primeramente nos llegaba el barro. Con el trabajábamos desde unos burros que venían desde una zona denominada la carcavilla donde se extraía, cargaba y transportaba. Se desarrollaban montones de barro que se hacían en las pilas con el barro remojado. Para cortar el ladrillo, se realizaba con azadones o con los pies y manos, para darle forma.
Realizábamos ladrillos y tejas hasta que la situación mejoró y compramos una máquina para elaborar ladrillos huecos, donde se produjeron mejores beneficios.
A los hornos se les metía fuego por la mañana y se tenía que ir metiendo leña poco a poco, porque si se metía de golpe el ladrillo explotaba. Se iba calentando hasta que el barro cogiera cuerpo con el calor por la tarde, que es cuando entraban los cocedores que se llevaban toda la noche y algunos hasta el mediodía del día siguiente. No había horas de trabajo, se trabaja hasta que el barro estuviera bueno para sacarse. A cada hora se le metía una carga de otra hora y se controlaba que se fuera cociendo de forma adecuada’.
El Tejar del Vega
Rafael Vega, de 76 años, era otro de los propietarios de un tejar muy próximo a los dos tejares mencionados anteriormente.
Este tejar comenzó con su abuelo, que vino desde Triana a Sanlúcar para trabajar junto al anterior mencionado “Carlota”. Más adelante compró una finca y empezó a realizar sus propios ladrillos a mano. Seguidamente, pasó el tejar a su familia y fue dividido en tres partes para cada uno de sus hijos.
Rafael comenzó a trabajar en el tejar junto a su padre a los catorce o quince años, y en la actualidad es el único propietario de la comarca que sigue elaborando ladrillos a mano, en una casa de campo. Es una de las pocas personas en todo el Aljarafe sevillano que se dedica a este oficio artesanal.
En la actualidad, su tejar conserva un solar abandonado con un pozo antiguo y la nave principal, siendo el espacio aprovechado como lugar de celebraciones y garaje de coches.
Ilustración 2. Fachada principal del tejar de Rafael Vega, ubicado en el Barrio de San Pedro.
La última generación de los tejares en Sanlúcar
Luis Lombardo, de 53 años, es uno de los propietarios más jóvenes que hemos entrevistado. Su negocio comenzó con su padre, un alfarero que vino desde Bailén (Jaén) hasta Sevilla atraído por la tradición cerámica y del ladrillo.
Su padre dio el salto a la fabricación del ladrillo junto a su hermano, y montó una fábrica en Sanlúcar que posteriormente traspasó a Castilleja del Campo.
Posteriormente, Luis la heredó, y desde hace unos 30 años aproximadamente se desvinculó de este negocio.
El fin de los tejares
Estos negocios se vieron obligados a cerrar debido a tres factores principalmente:
- La ruptura de la burbuja inmobiliaria: esto provocó que el ladrillo no se vendiera con tanta facilidad, construyéndose un menor número de viviendas.
- Las políticas medio ambientales impuestas por el Ayuntamiento de la comarca: sus labores de producción excedían los niveles de humo permitidos y se contaminaba bastante.
- El proceso de industrialización: algunos de los tejares no pudieron hacer frente a la inversión de nueva maquinaria.
Luis Lombardo afirma que: ‘Actualmente, en Sevilla queda una fábrica de ladrillo refractario en Guadalcanal. Las únicas fábricas de ladrillos que quedan en la actualidad se asientan en Bailén, en la provincia de Jaén, que permiten abastecer a toda Andalucía’.
Legado histórico: pasado, presente y futuro
El legado histórico y patrimonial de estos negocios industriales ha quedado en el recuerdo de sus trabajadores y en los vecinos de Sanlúcar la Mayor.
Aún en el día de hoy, se sigue reconociendo esta labor y el significado que aportó su industria en el municipio. A través de eventos sociales organizados como el Belén Viviente de Sanlúcar la Mayor, todavía participan algunos de los propietarios en la realización de hornos de leña y en demostraciones de cocción y elaboración de ladrillos a mano.
Ilustración 3. Luis Lombardo elaborando ladrillos a mano, durante el evento del Belén Viviente en Sanlúcar la Mayor.